Still Life, Luis Romero
La trayectoria visual de Luis Romero está signada por un repertorio de múltiples aristas. En su práctica conjuga diferentes temáticas: desde la representación de constelaciones, autorretratos, el entorno urbano, cartografías, el paisaje, objetos encontrados, rejillas, frases, palabras, signos gráficos, iconos y hasta líneas, triángulos o círculos. El lenguaje plástico de Romero está hecho de técnicas y materiales pictóricos y extra pictóricos: emplea pintura, dibuja, recorta y pega, escribe frases, usa fotografía, fotocopias, graba videos, hace instalaciones, vaciados y expone objetos que colecciona. Repetidamente usa la acción táctil, el contacto manual, para transferir materias plásticas a diferentes soportes ya sea papel, yeso o tela y, como acota Eliseo Sierra, emplea la “trama de puntos” o el círculo como “marca recurrente”, para hacer estallar en sus obras enunciados de heterogéneos referentes.
Romero construye, además, universos visuales hechos en el espacio doméstico al elaborar puestas en escena con objetos de uso cotidiano, decorativos y con alimentos. Desde una mesa, en la cocina, estabiliza la sombra de cosas proyectadas sobre la puerta de la nevera de su casa: licuadoras, ollas, tazas, platos fruteros, fuentes, pero también recipientes de lavaplatos, frascos, floreros, figuras de porcelana y cebollas, cambures, piñas o berenjenas. Haciendo rimar los instrumentos de cocina y las hortalizas al distribuirlos en el espacio de representación, Romero los transmuta y renueva a través del género Still life. Intensifica el orden geométrico de los objetos construyendo un arreglo tonal pictórico de paleta morandiana, pocos tonos: blancos, negros, amarillos y sepias, generando naturalezas muertas casi monocromas. Así celebra la redondez de los utensilios de cocina, la transparencia del vidrio o la solidez de las ollas de acero, al construir bodegones sobre la mesa cruzadas por cuadrículas.
La obra del artista habitualmente opera desde las artes gráficas. No en vano, dirigiéndose a los inicios de la imprenta, solidifica en yeso una familia tipográfica. En la serie Ánforas estampa telas con tintas a las que transfiere formas de jarrones y vasijas que ha recortado de una revista francesa de vajillas. Usa la técnica del estarcido con brocha o con aerosol para timbrar las figuras en positivo o en negativo sobre los lienzo. Los tonos negros, blancos o grises de las ánforas son sólidos y los fondos de las obras reproducen tramas geométricas, recurriendo, otra vez, al círculo o a las líneas quebradas.
En Vanitas, de la misma manera, emplea la impresión digital. En esta ocasión, sustituye la veladuras de los pigmentos por tóner. Multiplica la imagen de la calavera del pintor belga Pieter Claes, Vanitas / Still Live (ca. 1630), sumándole otras fuentes iconográficas, entre ellas: frascos, papeles con números y líneas y hasta la humarada de un tren. Las Vanitas las imprime con diferentes gradaciones tonales; escalas afines al sistema de zonas de Ansel Adams: negros puros, grises y hasta blancos con textura. En esta serie, acude a la serialidad de un mismo motivo y a la repetición de un objeto idéntico, el cráneo, no solo como estrategia para generar sentido, sino también como táctica secuencial de gradaciones tonales.
Algunos Still lifes de Romero son obras picto-gráficas. En ellos el artista fija la sombra proyectada –el origen de la representación pictórica– y emplea la grafía de la luz, la fotografía. De esta forma, Romero sistematiza dos recursos mediales que dependen de la presencia o de la ausencia de la luz. Captura o inmoviliza la sombra, ausencia de luz, de objetos traslucidos o sólidos utilizando la cámara para luego pintar, copiar, imprimir y transferir los contornos de la sombra de las cosas sobre la tela. Esta acción nos conduce no solo al origen de la representación pictórica, trazar la silueta y darle consistencia a través de líneas y manchas de color, sino que también señala la naturaleza de la imagen fotográfica, en tanto que la fotografía es luz y, parafraseando a Jean- Claude Lemagny, “su cuerpo es la sombra”; sombra que el artista materializa al traspasarla a un lienzo.
En estos ejercicios gráficos, fotográficos y pictóricos Romero duplica la composición fotográfica de still lifes, clona las formas al trasladarlas al lienzo utilizando papel carbón, plantillas y la impresión en papel de la imagen digital. Cada obra expuesta, ya sea en tela o en fotografía, deja de ser autónoma, pierde su carácter autárquico para cruzarse y hacerse transterritorial. En consecuencia, acá vemos cada obra a través de otra, a partir de la imagen que le dio origen, en las otras, su semejante, con otra que la acompañan en el mismo espacio expositivo. Todas las obras expuestas, en esta muestra, mutuamente se referencian y dan cuenta del contexto doméstico e íntimo del artista.
La cualidad indicial de la fotografía en esta muestra es parte esencial de la obra del artista, quien en esta ocasión, conscientemente, pinta a partir de la fotografía con el propósito de representar la idea que tiene acerca de la pintura. No podemos, acá, entender la obra sin el uso de la fotografía, ni entender la fotografía sin referirse a la representación pictórica. La pintura está contaminada por la fotografía y la fotografía permeada y contagiada por la pintura. Como resultado, Romero desafía las categorías, los géneros, las reglas y se sitúa más allá de la oposición entre pintura y fotografía, situando al espectador en un territorio donde le es difícil advertir lo exclusivamente pictórico o de lo meramente indicial-fotográfico. En estos Still Lifes los lindes de cada medio se encuentran anulados al mismo tiempo que anudados y es imposible definir o delimitar sus bordes.