Estamos reunidos para analizar las políticas impuestas por el Estado a los museos nacionales. Especialmente para discutir las decisión de Farruco Sesto, en sus últimas declaraciones a la prensa no oficial, cuando habló de desintegrar o despedazar las colecciones, para concentrar a todas las obras en un solo depósito. Los museos ya no serán responsables de sus colecciones, la administración de las mismas estará a cargo de la Fundación Museos Nacionales, actualmente dirigida por Vivian Rivas.
En principio, la política de Farruco Sesto nos preocupa puesto que no sólo los museos pierden su especificidad, su especialidad e identidad, sino también porque, según sus declaraciones, las obras estarán almacenadas en un depósito que todavía, hasta donde sabemos, no ofrece las condiciones adecuadas para la preservación y conservación de obras. Desde un punto de vista histórico, podría decirse que la decisión de Sesto equivale a un viaje al pasado, a los siglos XVI y XVII, cuando en Europa aparecieron los abarrotados gabinetes de curiosidades. Que fueron los ancestros directos del museo como institución. Lo que se quiere decir con esto es que la nueva «política» diseñada por Sesto y el régimen al que sirve equivale, lisa y llanamente, a abolir más de doscientos años de tradición museística.
Aparte de estas consideraciones, me parecen especialmente preocupantes las consecuencias de las medidas anunciadas en un área de vital importancia dentro del dispositivo museístico. Me refiero a los archivos y registros, responsables del historial de cada pieza. Este es un tema que hasta ahora no hemos abordado, ya que nuestra atención ha sido dirigida a la fisicalidad de las obras, al conjunto de piezas que conforman una colección. De entrada, cabe exigir de Sesto que dé respuesta a unas cuantas preguntas vitales: ¿trasladarán la obras con sus expedientes? ¿O bien los documentos permanecerán en los centros de documentación de cada una de las nuevas salas de exposición -que a eso se reducirán, en el nuevo esquema, los museos- es decir, alejados de sus referentes?
¿Tendremos los investigadores que movilizarnos de un edificio a otro tratando de cotejar información? Esto ya pasa con la colección de objetos etnográficos del antiguo Instituto de Etnomusicología y Folclore, ahora llamado de la Diversidad Cultural, donde los objetos se encuentran en la sede de los Rosales, pero su extraordinario e invaluable respaldo de información están depositados en la sede de la Biblioteca Nacional.
Los planes del ministro son preocupantes, en suma, porque si es indeseable pero imaginable el absurdo de un museo sin colecciones, es tan indeseable y además inimaginable la existencia de colecciones sin expedientes, sin historia o, si se prefiere, sin «memoria». Por no decir nada del hecho de que las obras, y mucho más en las comunidades artísticas de este nuevo siglo, poco significan por sí solas, desvinculadas de sus papeles de identidad; de hecho, en los últimos veinte años, el archivo ha dejado de ser un concepto cerrado o fijo que sólo remite a una supuesta “información” objetiva, para convertirse en matriz o fuente de prácticas artísticas para numerosos artistas que se han dedicado a repensar, reinterpretar y reconfigurar el museo como medio y a subvertir, a partir de estas prácticas, el discurso de la modernidad.
Muy brevemente, voy a repasar algunos conceptos básicos para que se vea el por qué de estas inquietudes.
- Como sabemos, un archivo es un conjunto ordenado —o sin orden— de documentos que una persona, una sociedad, una institución, produce y acumula en el ejercicio de sus funciones o actividades. El archivo de los museos se encuentra conformado por documentos que describen la procedencia de las obras, certifican transacciones de adquisición, donación o custodia. Al mismo tiempo, en él se encuentran expedientes de piezas que dan cuenta del tránsito que han tenido dentro y fuera de la institución, por razones de investigación, conservación o préstamo, por ejemplo. También el archivo de un museo atesora las indicaciones necesarias para la instalación de las piezas, conformadas por información gráfica y fotográfica, sugerencias de montaje y hasta recomendaciones para su preservación, según el medio o soporte. Un archivo de museo, en suma, es el custodio de la biografía de cada pieza, de su memoria y trayectoria.
- Hasta hace tres décadas los investigadores organizaban exposiciones siguiendo lineamientos cronológicos —el modelo positivista—, buscando legitimar aspectos como la dimensión estética de la obra y la relevancia histórica del artista y, en última instancia, el anonadamiento estético. Las obras en esas muestras eran objeto de contemplación, en el marco de las cuales el investigador/curador privilegiado podía poner en práctica su gusto crítico, su juicio por el arte, siguiendo constructos modernistas. La metodología curatorial, sin embargo, es hoy muy otra: las piezas, más allá de su autoría, de la fecha inscrita, de la técnica o soporte, de sus componentes o estructuras formales, no tienen por único destino el promover una determinada lectura. El investigador contemporáneo ya no se limita a “tener ojo”, y de él se espera que su curiosidad nutra su investigación, a partir de la biografía de las piezas en los archivos: en otras palabras, que realice una labor historiográfica. El curador/investigador sabe que el significado de las obras, su sentido, reside no en lo que ellas representan, sino en ese amplio contexto que las define: en esa red de información disímil y heterogénea de los expedientes que, si bien es necesaria para certificar la memoria de las obras, no contienen información fija e inmutable, más allá de la necesaria autenticación de una verdad histórica, sino metadatos. Es decir, herramientas teóricas y conceptuales que le permiten al investigador —llámese curador o historiador— estimular actos interpretativos en el espectador y así capacitarlo para interactuar con lo que ve en la exposición —o lee en el catálogo—. En suma, para que abandone el pasivo papel de simple consumidor de cultura.
- En relación a una última inquietud. Nos alarma el hecho de que desde hace diez años se haya venido amputando y obstaculizando la práctica artística dentro de los museos. No sólo se ha visto disminuida la programación expositiva de arte elaborado en Venezuela y fuera de sus fronteras, sino que también se ha abandonado otra de las tendencias que distingue al arte contemporáneo, como son las intervenciones in situ, dentro del espacio institucional, con su potencial de cuestionamiento del museo como institución y sus prácticas codificadas. Lamentablemente, no ha habido iniciativas por parte del ministerio de convocar a artistas emergentes para reinterpretar las colecciones u obras específicas. Han escaseado las propuestas de construcción y deconstrucción de salas de exposición, y tampoco a los artistas no se les brinda la oportunidad de ser activos asesores, capaces de diseñar y planificar proyectos dentro de las instituciones. Ha desaparecido el objetivo de fracturar la rigidez decimonónica del discurso museal. Ni siquiera se busca insuflar un aire más contemporáneo a la gravedad y severidad de las obras científicas, no digamos ya yuxtaponerlas con las artísticas.
En resumen. Las nuevas medidas anunciadas, de llegar a aplicarse, condenarían a los museos a la depauperación y a una regresión segura a formas primitivas y estériles de exhibición de obras. Primero, por lo obvio, que ya ha sido señalado abundantemente: el despojamiento de sus colecciones transforma a los museos, de facto, en meros espacios expositivos. Pero también porque los museos no sólo se definen por su capacidad para constituir colecciones de obras, según criterios específicos que representan sus señas de identidad, sino porque entre las funciones que hacen de él un organismo insustituible, destaca precisamente la de promover y estimular la investigación curatorial e historiográfica y ofrecer, tanto al artista como al público, la posibilidad de diversificar y enriquecer su concepción del arte.
A lo que nos enfrentamos, pues, es al proyecto de implantar un sistema que, además de rígido y excluyente, será incapaz de generar no sólo nuevas audiencias, sino que también impedirá la práctica artística cuestionadora.
Lectura en Ateneo de Caracas. Caracas, mayo, 2010. Publicado en El Nacional, Papel Literario. Caracas, 31 de julio 2010, p.2