Lugares registrados en tránsito configuran la muestra fotográfica de Consuelo Ginnari, «Bording pass al jardín». Acá es posible recorrer desde un salón con un sofá forrado con un estampado de flores, en la casa de Claude Monet —Giverny, Francia— hasta el árbol taparón o bala de cañón sembrado en el Parque del Este. Atravesamos el paisaje urbano de un autobús —Routemaster—, emblema de Londres, para cruzar el puente de La Constitución en Venecia. Transitamos por manojos de capullos de lilas, riquirriquis, ramilletes de hortensias y anémonas para encontrar, en un patio soleado, el mobiliario de un jardín en una posada en Morrocoy, el templo budista Jogyesa en Seúl o las mesas vestidas con manteles rosados en un restaurante de comida popular en Lima.
«Bording pass al jardín» está modulada por representaciones fotográficas placenteras, tomadas para celebrar monumentos, detalles del mundo social y natural en tiempo de vacaciones, cuando Ginnari abandona su cotidianidad, su día a día, viaja y registra espacios liminales donde confluyen y se bifurcan costumbres, culturas e historias de otros territorios habilitados para ser fotografiados, los cuales mitifican el disfrute del turista.
Recordemos que la fotografía forma parte de la práctica ritual del turismo, desde su temprana invención (1839-1841) se ha asociado al viaje. En una época en la que los barcos de vapor y los ferrocarriles hacían que el mundo estuviera físicamente al alcance de la mano, las fotografías lo hicieron visualmente accesible. Articulados, fotografía y viaje, multiplican visiones del mundo, extienden geografías y culturas, sin obviar que la industria del turismo contemporáneo es fomentada mediante imágenes y viceversa. Las fotos dinamizan el mito de lugar a conocer, a visitar, a no dejar pasar si estamos de viaje. Esta simbiosis y dependencia de ambas disciplinas forman parte de la producción narrativa captada por Ginnari, expuesta en «Bording pass al jardín».
La mirada turística de Ginnari figura lo que está fuera de lo común y lo que está fuera de lo común es el otro; otro que, a veces, es su par, otro turista o grupo de ellos que se detienen a curiosear o a mirar lo mismo, ya sea la vegetación del jardín botánico de la casa de Monet o cruzan el mismo puente en Venecia, por ejemplo. La flora, también, es pontencialmente una atracción para la artista.
Si el turismo resulta de la básica división binaria entre lo cotidiano y lo sorprendente, Ginnari cuando viaja se detiene en el encanto de territorios urbanos o en parques anclados en ciudades por las que está de paso; del mismo modo, de manera recurrente y continua reverencia a la naturaleza familiar, hace de lo habitual una situación extraordinaria al captar el esplendor de la vegetación selvática caraqueña o la armoniosa composición colorida de ramos de flores tropicales —registrados, en algunos casos, con película Polaroid—, impresos en formato circular (forma geométrica derivada de las primeras imágenes tomadas con la cámara Kodak, a finales del siglo XIX).
La práctica artística de Ginnari no reside en acumular fotografías, en coleccionar experiencias de identidades diferentes o en consumir geografías, consiste en el placer que le proporciona producirlas, crearlas. En algunas de sus imágenes se transparenta el gusto por las artes decorativas de estilo victoriano, de objetos-ornamentos emparentados con puestas en escena —escenografías— saturadas de información que apuntan a traducir al arte como artificio en la cultura contemporánea. Es pertinente acotar que Ginnari estudió arte en la Escuela de Artes Plásticas Cristóbal Rojas y en Londres; probablemente de su estadía en Inglaterra deriva su pasión por el encaje, la porcelana, los patrones figurativos del papel tapiz y el paisajismo inglés de irregulares composiciones —hecho con sillas, caminos, estanques, arbustos, enredaderas—; trabajó como diseñadora de interiores; hace obras tridimensionales que denomina Objetos arte; y es profesora de pintura y dibujo desde hace cuatro décadas.
Aunque el universo fotográfico de Consuelo Ginnari puede asociarse al género del turismo, su obra narra, de manera simultánea, al impreso publicitario, al calendario, a la tarjeta postal, a la guía turística, a la revista de decoración interior o de arte floral. Acá nos ofrece policromos escenarios permeados por expresiones populares que signan hábitos y narrativas visuales de la cultura y del arte contemporáneo.