El Benemérito sí tiene quien le escriba. En el reverso

I. El lápiz de la naturaleza

No sólo desde el punto de vista etimológico la fotografía y la escritura se encuentran atadas de manera indivisible. Desde los primeros resultados de transferencia y permanencia de la forma de los objetos a un papel sensible, los Dibujos fotogénicos de William Henry Fox Talbot (1839), las imágenes correctamente caligrafiadas –es decir, legibles– eran acompañadas por descripciones que daban cuenta, por ejemplo, de la rareza de los especímenes botánicos que reproducían, del tamaño y la filigrana de algunas plantas inglesas. Talbot enviaba Dibujos fotogénicos por correo a Italia, dirigidos al botánico Antonio Bertoloni, para demostrar la utilidad de sus experimentos aplicados a la ciencia y para certificar con ellos que este medio de impresión era “El lápiz, que le permitía a la naturaleza dibujarse a sí misma sin intervención manual”.

Esta atadura fundacional entre escritura y fotografía se subrayó cuando, en la década de 1880, apareció la técnica para imprimir con tinta fotografías que ilustraban textos. Así, el lector del semanario o periódico no tenía la posibilidad de poner en duda el relato, la fotografía lo certificaba sutilmente: esto ha sucedido, ha sido, en palabras de Roland Barthes.

Posteriormente, a finales del siglo XIX y en las primeras décadas del XX, el auge de la nueva tecnología de imprimir imágenes de manera automática dio origen a la comercialización masiva de fotos y propició que el lazo entre fotografía y escritura se apretara aún más. Se hizo fácil y se popularizó la adquisición de fotografías estereoscópicas y tarjetas postales. En las primeras, el referente era descrito en el respaldo de la imagen y daba cuenta de: esto existe; mientras que con las últimas aparece la correspondencia personalizada, escrita en el envés de las fotos, especialmente diseñado con las líneas requeridas para ocupar la escritura, la estampilla y la dirección. A través de la tarjeta postal se certificaba ante “otro” una estadía, el ánimo de sorpresa del viajero o un estar de paso: aquí he estado, estuve, estoy. La escritura en ambos casos se desplaza: con la práctica de reproducir las maravillas y las costumbres del mundo a través de la estereoscópica el texto se encontró subordinado a la imagen, mientras que en la tarjeta postal la escritura y la imagen se independizaron en buena medida y el referente pasó a ser un convidado metafórico, una ambientación afectiva, una evidencia de lejanía, incluso una excusa para escribir a alguien. En la postal el anverso y el reverso dejaron de “mostrar o decir lo mismo”, se complementan y construyen el otro lado de la fotografía.

II. La grafía como causa y pauta para evocar y construir otro sentido o el otro lado de la fotografía

No existe duda sobre la cualidad fáctica de la imagen fotográfica, pero cuando ella se presenta unida a la escritura surge una nueva forma de expresión. Indagar en esta otra expresión de lo fotográfico, desde un punto de vista contemporáneo, es la intención curatorial de la muestra El Benemérito sí tiene quien le escriba, donde nos hemos visto obligados a eludir la riqueza de las imágenes –sus posibles valores estéticos o sus referentes testimoniales– para tratar de destacar otra manera de leer esa realidad fotográfica.

Aquí intentamos que el espectador realice un acto de lectura participativa. La escritura no sólo nos sirve como pauta para contextualizar la realidad social en la que se encontraba nuestro país bajo el régimen autocrático y personalista del General Juan Vicente Gómez (1908-1935), sino también como instrumento que le permite al lector motivar el imaginario y participar en un juego de acertijos. Los textos y las imágenes se exhiben por separado: en ausencia de la imagen, el lector, sin posibilidad de dar vuelta a la página, a la fotografía, hará conjeturas sobre quién es el emisario y, enfrentado a tal enigma, establecerá relaciones analógicas imaginarias o reales, dependiendo de las referencias inmediatas, que podrá confirmar deteniéndose en las reproducciones fotográficas que se muestran en otra pared, alejadas de la inscripción.

Nuestra primera y primordial intención es invitar al espectador a realizar una acto de lectura activa, para que su imaginario construya imágenes a través de los signos gráficos. Nos gustaría que el espectador, al vincularse con los juegos de adivinanza o asociación, verifique su intuición en las referencias cruzadas, ya que algunos textos escritos en el otro lado de la fotografía –en tono de súplica o adulación– no coinciden con nuestra construcción del referente, de la imagen.

III. Yo, fulano de tal

Aunque en El Benemérito sí tiene quien le escriba se ha querido resaltar el otro lado de la fotografía, se hace imposible desatender lo estrictamente fotográfico. Las imágenes aquí expuestas causan curiosidad porque parece inaplicable en ellas la clásica disertación de algunos teóricos sobre la relación entre muerte y fotografía, o sobre la fotografía como el medio que inmoviliza lo ido, lo desaparecido.

En las fotografías que presentamos, al contrario, no hay muerte simbólica en el acto fotográfico, el sujeto no desparece al otro lado del objetivo sino declara: yo soy fulano de tal, esta fotografía de mí mismo da fe y constancia de las infortunadas circunstancias en las cuales vivo o es prueba fehaciente de un agradecimiento inmoderado.

Aunque algunas fotografías hallan sido escritas por otros, afirman siempre en primera persona: yo me hice retratar y me envío, a través de otro, un emisario, que tuvo la oportunidad de verlo o de acercarse a la puerta “De Palacio” o a las inmediaciones de Las Delicias para ser entregado “en sus manos”.

En estas imágenes que mostramos, las teorías sobre la pose y la realidad fotográfica son también inaplicables en la búsqueda de sentido. Susan Sontag interpreta “la pose” como un momento donde el sujeto, consciente de estar siendo retratado, se siente inquieto. Cuando se siente observado por un objetivo y se piensa para otro, para el fotógrafo o para aquel a quien dirigirá la foto, inmediatamente se construye una imagen de sí mismo. Pero algunos de los personajes retratados de esta muestra, especialmente aquellos que se declaran en la indigencia –los de la provincia, por ejemplo–, pareciera que no poseen otra referencia que la de ellos mismos, no quieren ser otros, ellos son. Quizá en nuestra Venezuela rural, el ánimo de querer ser otro no era la actitud adoptada. Lo que se revela en estas fotografías es el deseo de salir de una circunstancia que apremia, de la cárcel; la necesidad de realizar un viaje, es decir, venir a Venezuela o a Caracas; la urgencia de reconstruir la casa perdida o salvarse de una enfermedad.1

En otros casos, cuando la imagen está en una tarjeta postal, cuyo referente es un paisaje o una edificación, la realidad fotográfica que está implícita aquel hacer presente lo que está ausente, –según Sartre– se declara, pero sin el carácter nostálgico. Una de las funciones que estas fotos poseen es la intención de ser miradas o atendidas para dar a conocer un sol de medianoche o expresar admiración en la búsqueda de un favor.

Quizá en estas fotografías los sentimientos nostálgicos, evocativos o históricos no interceden en la lectura. Aunque son “documentos históricos” y reproducen un tiempo ido, lo que nos conmueve en ellas es que la realidad de la miseria no ha desaparecido, como tampoco en Venezuela ha cesado la costumbre y la tradición, iniciada según Manuel Caballero en el periodo gomecista, de solicitar ayuda al Presidente: “Más allá de la untuosidad normal en quien pide una limosna, hay que ver aquí una actitud. Gómez… era el verdadero Padre de la Patria, y por supuesto, de todos y cada uno de los venezolanos, como, allá en el Olimpo, lo era el Libertador: es la forma y el fondo de una tiranía paternalista”.2

 

 

  1. Pero también existen las otras solicitudes de ayuda, realizadas por los “amigos políticos del General”, quienes harán solicitudes más formales, escritas por carta. Ver Manuel Caballero, Gómez, el tirano liberal. Caracas: Monte Ávila Editores, 1993 y Hector Acosta, Los hombres del benemérito. Epistolario inédito. Caracas: Fondo Editorial Acta Científica Venezolana, Instituto de Estudios Hispanoamericanos, Facultad de Humanidades y Educación, Universidad Central de Venezuela, 1985-1986.
  2. Manuel Caballero, ibídem., p. 226