Objetos precolombinos. Narrativas

Los objetos de arte, artesanales, industriales o prehispánicos son índices culturales. A través de ellos se materializan valores morales, religiosos, económicos, civilizaciones y hasta ideologías. Los objetos/cosas son instrumentos de pensamiento, alrededor de ellos se tejen relatos. En algunos cuentos, los objetos son los protagonistas y, más allá de hablarnos de la técnicas y de los materiales con los que fueron elaborados generan narrativas. En esta colección de arte prehispánico: ¿cuáles han sido sus relatos? ¿qué funciones tuvieron antes de la conquista de América? ¿Cómo fueron estimados por los conquistadores en el continente; apreciados al cruzar las fronteras geográficas, en el Viejo Continente, por ejemplo? y ¿cómo adquirieron cualidades de objetos de arte en el museo? En este breve texto, de manera general, trataremos de darle respuesta a algunas de estas preguntas.

Platos, vasijas, cuencos, mantas, mazos, hachas, pectorales, botellas, metates, sellos, máscaras y urnas funerarias son algunos de los objetos de la colección de arte prehispánico de Jimmy y Leonora Belilty. Las piezas provienen de diferentes culturas precolombinas: del área Mesoamericana, Andina y del Caribe. En esta colección, agrupados hoy, representan culturas y civilizaciones de un vastísimo territorio amerindio.

Los estudios dedicados a las ciencias sociales y humanistas asocian las culturas precolombinas con la representación y adoración de divinidades astrales, con culto a deidades naturales y ceremonias de muertos. Los artefactos precolombinos poseen un valor estrictamente cultual, y el valor de uso está relacionado directamente con protocolos rituales. Es imposible pensar hoy que algunos de esos objetos fueron elaborados para cumplir funciones ordinarias, como el cortar con hachas o utilizados para triturar alimentos sobre metates, porque en sociedades animista cualquier acto, por simple que sea, está regido por facultades divinas o sobrenaturales, y la cosas circulan en espacios divinos.

En la época precolombina las cosas se elaboraron para rendir homenajes y adornar. Por ejemplo, los pectorales para ataviar los cuerpos y agasajar deidades animales o dioses guerreros; las mantas, en ciertos casos, servían de ajuares funerarios o eran trajes confeccionados para participar en celebraciones alrededor de héroes y dioses y los penachos de plumas fueron hechos para embellecer a emperadores o guerreros. Según Inca Garcilaso de la Vega (1976: 11) algunos objetos fueron diseñados —en oro y plata— como copias exactas de la naturaleza para decorar jardines reales, mientras que otros, fueron confeccionados con formas antropomorfas, antrozoomorfas y zoomorfas, en diferentes materiales, como barro, metales, maderas, fibras o plumas de pájaros.

La mayoría de esos objetos rituales, sean zemíes de la cultura taina del Caribe, encontrados en huacas andinas o deidades de origen mesoamericano poseen la singular función de haber sido cosas que vinculan la región de lo “visible con la invisible”1. Exactamente como las cosas de la cultura egipcia, donde los faraones eran enterrados con sus pertenencias para comunicarse con lo terrenal y lo divino, o en la Europa Medieval, donde en las iglesias católicas se mostraban reliquias y trozos de cuerpos de santos que permitían al feligrés establecer contacto con lo divino, así las civilizaciones amerindias utilizaron las cosas como instrumentos que comunicaban con el más allá. Los objetos fueron mediadores entre la oscuridad y la luz, permitieron el traslado o el tránsito entre un estadio terrenal al divino.

Con la llegada del Europeo al territorio amerindio, se transformó el tipo de representación y función de los objetos precolombinos. El primer contacto de reconocimiento entre españoles y amerindios fue realizado a través del intercambio de objetos, del trueque de cosas metálicas o piedras preciosas por “espejos”. Sin embargo, cuando se inicia el periodo de conquista con la encarnizada “misión catequizadora” comienza la persecución y destrucción de objetos de devoción precolombina. Según Serge Gruzinski (2003) la instrucción y la persuasión en la doctrina de la fe católica en territorio americano dio inicio a La Guerra de las Imágenes. En ésta guerra los ídolos precolombinos, fueron destruidos en los espacios ceremoniales y remplazados por objetos de devoción cristiana, como la cruz. Los conquistadores españoles consideraron los objetos=ídolos como cosas paganas, elaboradas por bárbaros. Poco a poco esas cosas de formas antropomorfas o zoomorfas fueron remplazadas por iconos cristianos, por medallas y medallones donde se representaba la vida de Cristo y de la Virgen. Por ejemplo, en el Valle de México, los españoles escogieron los más habilidosos artesanos conversos de piezas plumarias, para elaborar ya no penachos o escudos para guerreros, sino para confeccionar mitras, cofias que vestían sacerdotes o mantas para decorar recintos eclesiásticos. En vista de la persecución y destrucción de la idolatría “pagana”, algunos amerindios de la regiones mesoamericanas o andinas enterraron y escondieron los objetos de oro y plata junto con sus “Reyes” muertos2. Quizá lo que tenemos hoy son piezas precolombinas que lograron conservarse después de la conquista.

Para los amerindios los objetos de oro, plata o las piedras —de obsidiana o turquesa—, no tenían un valor económico . Si bien eran consumidos por las elites gobernantes, la economía básica de esas sociedades se basó en el intercambio de bienes y servicios, pagos de tributos mediante el trabajo o entrega de regalos. Sin embargo, en el periodo de conquista, los objetos elaborados con metales nobles fueron confiscados por los conquistadores y en algunos casos utilizados para pagar a los soldados españoles. Las milicias ibéricas los fundían o reciclaba —hacían cadenas que usaban— y en momentos de hambre o de ocio, como juego de cartas, los empleaban como valor de cambio o “lo gastaban en socorro de alguna necesidad que se les ofreciese”3.

Otro de los usos y funciones que cumplieron los objetos en el inicio de la conquista se encuentra relacionado con el regalo y con la evidencia del triunfo del proyecto de conquista española. Como apuntamos en un párrafo anterior, el primer reconocimiento entre españoles y amerindios se basó en el intercambio de cosas. Moctezuma, por ejemplo, enviaba a Hernán Cortés regalos no sólo con la intención de evitar que avanzara hasta Tenochtitlan y ocupara la capital imperial, también con la creencia que era el dios Quetzalcóatl4. Por su parte, Cortés reenvía lo tesoros —también lo hizo Francisco de Pizarro, en 1533— confiscados y recibidos al rey de España, Carlos V. A través de esas cosas el rey, muy lejos geográficamente del lugar donde los hechos ocurrían, pudo ver la “prueba real” de la ocupación y expansión de su poder político, además de las posibilidades económicas de enriquecimiento para la corona peninsular. Los objetos hicieron visible la posesión. Por lo tanto, para occidente el valor del los objetos precolombinos se encontraba incorporado a connotaciones prácticas y económicas, de hecho algunos de ellos fueron expuestos en Toledo y Valladolid en el año 1520, para mostrar las riquezas que provenían de América y demostrar la fortuna y hegemonía del imperio español en tierras conquistadas. Pero ¿cómo fueron algunos de esos objetos, valuados en Europa? y ¿dónde guardados? A éstas preguntas le daremos respuesta en los próximos párrafos.

En Europa los objetos precolombinos en el siglo XVI y XVIII fueron guardados en gabinetes de curiosidades o Wunderkammer. Esas salas se encontraban atiborradas de vestigios sagrados, de fragmentos de origen secular, de cosas precolombinas, de instrumentos mecánicos —prismas, microscopios o telescopios—, de sustancias para practicar alquimia y de objetos sobrenaturales, casi siempre deformaciones o monstruos naturales. Los propietarios de esos gabinetes generalmente eran personajes de la “realeza”, el clero y los curiosos, quienes coleccionaban con el deseo de adquirir conocimiento a través de la posesión de cosas raras y extraordinarias. Allí las cosas del Nuevo Mundo fueron clasificadas como paganas, procedentes del cuarto continente. La identificación no especificaba con exactitud de cuál cultura provenían, si era Azteca, Maya, Taina o Nariño. Algunos investigadores como Anthony Alan Shelton (1994), Tzvetan Todorov (1999) y Krzysztof Pomian (1990), por ejemplo, enfatizan que esos objetos en Europa fueron valuados bajo el criterio de “maravilloso”, “pagano”, “extraordinario” o “cosa rara”. Así lo revela el comentario de Alberto Durero cuando vio algunos de esas cosas en Flandes en 1522, “En todos los días de mi vida, no había visto nada que me regocijara tanto el corazón como esas cosas. Yo no había visto objetos de arte tan maravillosos que quede maravillado. Realmente, no puedo expresar todo lo que pensé al verlos”5.

“Extraordinario”, “maravilloso o “raro” fueron los adjetivos utilizados por los europeos en el siglo XVI para describir las cosas curiosas y exóticas que llegaban de América. De acuerdo con los investigadores citados, los términos maravilloso, milagroso y monstruoso contienen el pensamiento de la Edad Media, dentro del cual el mundo fue entendido al estar asociado a Dios —su opuesto será catalogado como pagano y mundano, por ejemplo los demonios o los espíritus malignos, como las esculturas y cerámicas antropomorfas zemíes—. Por lo tanto, si cualquier cosa era creación de Dios, la habilidad de reproducir cosas naturales de manera “fiel a la realidad” fue apreciada y estimada, entre ellas, la destreza manual como es apreciada aún hoy en algunos objetos precolombinos.

A finales del siglo XVIII, aparecen los museos. Las colecciones se vuelven más selectivas y especializadas, los objetos se ordenan por temas: colecciones de armas, de arte, de ciencias naturales y etnográficas —donde se incluyen las cosas precolombinas—. Paralelamente algunos de los objetos que formaban parte del gabinete de curiosidades, de la realeza, son transferidos al espacio museístico. Desde ese momento, las cosas serán mostradas y agrupadas no sólo para exhibir propósitos didácticos a través de artefactos etnográficos —en general, provenientes de continentes no europeos—, o para demostrar la grandeza y riqueza de los tesoros acumulados por los estados naciones; sino también, serán expuestas partiendo de un punto de vista histórico asociado al proyecto romántico: la presencia de los objetos, en el entorno museográfico, remite al pasado. Y es el museo como representación oficial de los Estados el que ahora relata la historia de los objetos exhibiendo relaciones, según Donald Preziosi (1996: 285) “referenciales” y “diferenciales”. En el caso de los precolombinos se muestran y coleccionan para “referir” a un pasado, éste se hace “visible” a través de lo que ellos mismos representan; y al ser únicos, auténticos, originales e irrepetibles, son diferentes, obtienen el estatus de piezas de arte, poseen cualidades estéticas que promueven la contemplación. Los objetos precolombinos en los museos de arte se hacen “museables”, adquieren un carácter cultual, son obras; mientras que en los museos etnográficos o en revistas de ciencia, son artefactos que indican el pasado y poseen carácter de documento y registro.

En resumen, en este breve ensayo, hemos descrito diferentes maneras de valuar algunos objetos precolombinos: cómo en la época prehispánica fueron mediadores entre los “visible y lo invisible”; cómo en el período de la conquista española en territorio americano, las cosas o ídolos fueron desplazadas por la iconografía cristiana, nombrados en aquel momento como paganos y elaborados por pueblos bárbaros. Se ha explorado en cómo adquirieron valores de cambio; de ser apreciados como “maravillosos”, “raros” y “exóticos” en el Viejo Continente permitieron el reconocimiento de las riquezas conquistadas por la corona española y finalmente al ser trasladados a los museos adquieren, de nuevo, un valor cultual, su valor originario, vuelven a ser mediadores entre lo “visible” y lo “invisible”. En los discursos curatoriales contemporáneos es frecuente verlos alternando con obras maestras modernistas o conceptuales, sirven de referencia y una vez más en los museos etnográficos, en los de arte o en libros, los objetos precolombinos generan narrativas.

 

‘Pre-columbian Objects and their Stories’, en Ancient American Art, 3500 BC – AD 1532. 5 Continents: Italia, 2011

 

 

  1. Krzysztof Pomian, ‘The colecction: between the visible and the invisible’, en Interpreting objects and collections, Susan Pearce (ed), Routledge: London, 1999, p. 15.
  2. Inca Garcilaso de la Vega, Comentarios Reales de los Incas, Tomo I, Biblioteca Ayacucho: Caracas,  1991,  pp. 163-164.
  3. Ibídem., p. 226.
  4. Tzvetan Todorov, sugiere que de acuerdo con las fabulas aztecas Moctezuma reconoce en Cortés a Quetzacoalt, un dios y figura histórica, una divinidad que fue forzado a dejar su trono y desapareció. En algunas versiones de la mitología él prometio regresar un día y reclamar lo que le pertenecía. Tzvetan Todorov,  Conquest of America: The Question of the Other, University of Oklahoma Press: Oklahoma, 1999, p. 117.
  5. Citado por Ferdinand Anders, The Treasures of Montezuma, fantasy and reality, Museum fur Volkerkunde: Vienna,  2001, p. 3.

 

Lecturas sugeridas

Anders, Ferdinand. The Treasures of Montezuma, Fantasy and Reality. Vienna: Museum für Völkerkunde, 2001.

Gruzinski, Serge. La guerra de las imágenes. De Cristóbal Colón a “Blade Runner” (1492-2019). México: Fondo de Cultura Económica, 2003.

Pomian, Krzysztof. “The collection: between the visible and the invisible”, en Interpreting Objects and Collections, S. Pearce (ed.). Londres: Routledge, 1999.

Preziosi, Donald. “Collecting/Museums”, en Critical Terms of Art History, R. Nelson y R. Shiff (eds.). Chicago: University of Chicago Press, 1996.

Shelton, Anthony. “Cabinet of Transgression: Renaissance Collection and the Incorporation of the New World”, en In the Culture of Collecting, J. Elsner y R. Cardinal (eds.). Londres: Reakton Books, 1994.

Todorov, Tzvetan. Conquest of America: The Question of the Other. Oklahoma: University of Oklahoma Press, 1999.

Inca Garcilaso de la Vega. Comentarios Reales de los Incas. Vol. I y Vol. II. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1976