Introducción
Abordar y exhibir el objeto artesanal desde el análisis del itinerario simbólico y el desplazamiento físico implica transgredir los modelos de exhibición de artesanías, así como de publicación de libros sobre el tema a los que estamos acostumbrados en Venezuela. Generalmente, en los museos de arte, en museos populares o en galerías, se muestra la pieza artesanal despojada de toda referencia a las prácticas cotidianas para las que fue hecha. Los objetos artesanales son estetizados siguiendo los patrones de buen gusto y exquisitez del consumidor. Esta tendencia se observa de manera especial en las publicaciones, donde prevalece el registro de los objetos alejados de sus funciones y, por lo demás, como argumenta Néstor García Canclini, éstos no son “ubicados en la lógica presente de las relaciones sociales (y la) mayoría se limita a enlistar y clasificar aquellas piezas que representan las tradiciones y sobresalen por su resistencia o indiferencia a los cambios”1.
En esta exposición nos alejamos de los patrones clásicos de exhibición de objetos artesanales. No se presenta aquí una lista de objetos que identifican y fijan la artesanía como específica de una zona geográfica del país; tampoco se establecen diferencias sustanciales entre unas y otras o se detalla cuáles son obras “tradicionales” o “derivativas”. Por el contrario, de manera más sencilla, menos académica o institucionalizada, las piezas se muestran en las salas de la Casa Alejo Zuloaga de acuerdo con similitudes de forma o función. Se exhiben los materiales que domestica el artesano(a); fragmentos de piezas que revelan aspectos del proceso de fabricación; objetos terminados en su ámbito cotidiano de elaboración o ubicados ya en las casas de sus propietarios o en lugares donde se comercializa y distribuye artesanía nacional. Aquí habría que preguntarse: ¿de dónde proviene el calificativo artesanal que se le da a determinados objetos? ¿Cuáles son las diferencias entre objeto artesanal, etnográfico funcional, en nuestra sociedad contemporánea? ¿Por qué se admiran, adquieren y usan objetos artesanales? Y, ¿en cuáles circuitos culturales transita la artesanía?
Con el propósito de responder estas preguntas examinaremos algunas ideas que conceptualizan el objeto artesanal, desde la perspectiva de la antropología y de la historia del arte oficial; luego pasaremos a explorarlas fases de circulación cultural y transcultural de la artesanía; y, finalmente, observaremos cómo el objeto artesanal extraído de su contexto original es re-socializado en otros espacios.
Construcción cultural del objeto artesanal
¿Dices que nada se crea?
No te importe, con el barro
de la tierra, haz una copa
para que beba tu hermano.
¿Dices que nada se crea?
Alfarero, a tus cacharros.
Haz tu copa, y no te importe
si no puedes hacer barro.
Antonio Machado2
Dios creó la naturaleza, pero le correspondió al hombre domesticarla3. La posibilidad de domar la naturaleza es una facultad otorgada a los hombres. Según el Diccionario de la lengua española utilizamos la palabra domesticar en el sentido de «moderar asperezas» y de «hacer tratables» metales, materias primas, brutas o sintéticas, para hacer de ellas y con ellas objetos o productos: la labor del artesano.
El artesano elabora objetos para consumo propio o para vender. De acuerdo con el discurso antropológico, lo hace para mediar entre el mundo invisible y el visible. Como forma mediadora el objeto posee un valor simbólico4. Cuando los objetos son fabricados para el consumo propio, su significado será estrictamente funcional: satisfacen necesidades; por ejemplo, una vasija sirve como contenedora de líquido. Aquí la significación del objeto es práctica y su uso está vinculado estrictamente a la cosa que contiene y a la mano que le proporciona o le quita la solución. Así, el objeto posee un valor inmediato de uso y en principio no será producto de intercambio, aunque podría ser vendido. Ese objeto en el contexto de origen posee una movilidad física reducida. Se encuentra enclavado en el ámbito doméstico. En el discurso de la antropología tradicional el valor del objeto artesanal es más complejo y está articulado: 1. al lugar donde es elaborado; 2. a las relaciones sociales y sobrenaturales que específicos miembros de comunidades establecen con él, y 3. a referencias culturales que les sirven de modelos a los artesanos en la confección de la pieza. La ciencia de la diferencia estableció, en el siglo XIX, que los objetos artesanales eran fabricados en sociedades preindustriales o «primitivas»; generalmente en comunidades arcaicas o atemporales, no civilizadas. En esas sociedades el objeto artesanal posee valor cultural y es objeto científico, sirve como sujeto de análisis. La terminología antropológica lo denomina «artefacto» etnográfico. Es decir, un objeto que posee cualidades de “arte” –decorativas, de diseño o color, por ejemplo– y de “factos”, de hechos o actos de culto. Esas “piezas espirituales no son cosas ordinarias y no entran (idealmente) en el circuito de mercancías susceptibles a ser vendidas”5. En sociedades premodernas, donde no existen intercambios monetarios, puede ser un objeto creado con propósitos de trueque o se concibe como un código de etiqueta para establecer relaciones interpersonales cuando son regalados6. Como obsequio, el objeto constituye una transacción moral, adquiere las características del donante y, siempre –aunque posea funciones prácticas en la cotidianidad–, se encuentra vinculado a representaciones sagradas. Por ejemplo, el rallador de yuca es un objeto utilitario para los indígenas venezolanos, un utensilio para preparar comida, pero además posee inmanentes relaciones mágicas, de acuerdo con Lelia Delgado7. Cuando esos objetos son elaborados para circular en el ámbito secular, en el turístico por ejemplo, pueden seguir siendo artefactos etnográficos y quizás adquieran el calificativo de “artesanal”, perdiendo su connotación sacra.
El objeto artesanal es manufacturado con materiales que, en las áreas rurales, el artesano encuentra en su entorno natural –o incluso llega a importar, o que recicla en el espacio urbano. Tradicionalmente, el diseño del objeto está estructurado con figuras antropomórficas que imitan la iconografía animal –como las cestas yekuanas–, vegetal o del cosmos –como las pintaderas panares–. Los trazos, los tejidos o las incisiones en la madera son geométricas, no figurativas. La paleta de colores es reducida y generalmente está conformada por tonos terrosos. Las fibras se tejen crudas y las multicolores que se entrelazan utilizan colores primarios, tal es el caso de los tejidos wayúu, por ejemplo. Como reproducciones y repeticiones de formas antiguas y de fuerte contenido espiritual, los objetos artesanales cruzan con facilidad la frontera –siempre ambigua e imprecisa– entre lo estético y lo religioso.
Si la antropología del siglo XIX limita el objeto artesanal o el artefacto etnográfico a sociedades premodernas, será el discurso del arte occidental el que discriminará los objetos según dos categorías: de arte y de no-arte. Los primeros son aquellos que no poseen utilidad práctica sino un valor sin fin, fundamentado en la famosa experiencia universal –o universalizable– denominada “estética” del “juicio crítico” kantiano. Estos objetos de arte culto, confiscados y cosificados en los ámbitos cerrados de los museos urbanos, sólo sirven para poner en práctica un juicio crítico, que se sabe ideal pero que busca su justificación en el criterio de un buen gusto universalmente compartido. Creados por un artista que es supuestamente libre –que no está sujeto, idealmente, a las determinaciones históricas o a la economía de mercado– y que por ello construye obras originales, estos objetos son considerados genuinos. Los segundos, en cambio, por su carácter subsidiario pertenecen a una categoría inferior. Y paradójicamente, según la disciplina del arte, son empleados como ornamentos en situaciones cotidianas, mas no en el espacio museal consagrado a la contemplación. Siguiendo el discurso de la exclusión, el objeto artesanal no representa géneros, estilos o tendencias pictóricas consideradas mundialmente valiosas; de estima sólo local, enclavados en una concreta región geográfica, representan colectividades más que individuos; no están firmados y en muchos casos no están fechados.
El objeto artesanal en el mercado
La vida real del objeto comienza cuando va de una mano a otra, cuando se adquiere, se desecha, se colecciona, se exhibe, se daña, se vende, se recolecta y se vuelve a mostrar.
Neil Cummings8
Algunos investigadores culturales contemporáneos se han dedicado a repensar las ciencias de la antropología, de la etnografía y a releer la historia del arte, ampliando así el campo de análisis de sus sujetos de estudio a los espacios urbanos y a la sociedad de consumo y mercado de hoy. Coinciden en afirmar que los objetos artesanales y, más aún, todas las cosas de nuestro mundo material, constituyen materia de estudio cultural. Los objetos, desde esta perspectiva, no están solos, se encuentran dispuestos, organizados, clasificados e identificados en nuestras casas, en las calles y en los comercios, construyendo un sistema de información y comunicación. Expresan valores culturales en un espacio y en un tiempo determinados. En sociedades específicas, llámense industriales, postindustriales o de economía globalizadora, en un tiempo que se define justamente por la cantidad y tipo de objetos que circulan a través de él, ¿por dónde transita el objeto artesanal? Como productos, los objetos artesanales ingresan al circuito del mercado en un sistema social, económico y político determinado. Independientemente de sus valores de uso, allí se adquieren. Es en ese mercado –localizado en una carretera, en una tienda de la ciudad o en puestos de vendedores ambulantes– donde se transfieren valores culturales, donde el objeto pasa de un horizonte cultural a otro.
Sin importar cuán lejos se encuentre el lugar donde fue manufacturada la pieza o dónde vive el artesano, el mercado será una zona de contacto, en la que se cruzan culturas separadas geográfica e históricamente, aun siendo del mismo país. Es el lugar de intercepción de diferentes trayectorias humanas pasadas y presentes, y donde parece delinearse el futuro del objeto. Es en esa zona donde se inicia otra–vida social del objeto artesanal en nuestro mundo contemporáneo.
Si es el productor del objeto artesanal quien vende directamente el objeto, éste podrá conocer su destino y adecuar así el producto a las exigencias del mercado nacional e internacional. Será capaz de transformar la forma y cambiar los materiales de los objetos. Para explicar este hecho, Emanuele Amodio, en el texto “Manufactos. Sobre la vida, transformación y muerte de los objetos indígenas”, describe el caso de “las cerbatanas amazónicas que han caído en desuso en el ámbito venatorio (caza), pero que se venden como objetos artísticos en los mercados criollos, los productores de cerbatanas (que debían ser hechas de cañas largas y resistentes) han acortado radicalmente la longitud del objeto originario, ya que eran de difícil transporte en aviones y carros de turistas”9. Esa capacidad de transformar los objetos de la cultura visual “propia” no es reciente. En nuestro continente se remonta al período de la Conquista. Sólo describiremos un caso. Antes de 1519 los indígenas mexicanos elaboraban arte plumario representando animales en mantos y capas. Con la misión catequizadora convirtieron sus motivos paganos en cristianos. Comenzaron a elaborar retablos, tapetes para las iglesias y hasta bonetes eclesiásticos. Actualmente en Latinoamérica, por ser un territorio que se ha construido culturalmente con la incorporación constante y continua de modelos importados10, es frecuente que los artesanos incluyan en sus confecciones materiales y formas foráneas, o que rescaten modelos icnográficos ajenos para incluirlos en objetos artesanales propios, como las sedas que se hacen hoy en día en el Taller Morera en Mérida o las carteras del grupo de diseñadores “Wayúu”11. Así se estructura una interacción dialógica no sólo con la moderna diversidad cultural, sino también con la contemporaneidad. García Canclini argumenta que “hoy las relaciones intensas y asiduas de los pueblos de artesanos con la cultura nacional e internacional vuelve ‹normal› que sus miembros se vinculen con la cultura visual moderna, y posean información sobre la cultura visual contemporánea”12. Esta interpretación se aplica muy bien a algunos diseños de hamacas wayúu, donde las artesanas entrelazan en sus fibras el eslogan de ropa “Hilfiger” o sustituyen el tradicional cuero de las alpargatas por suelas de goma, coronadas con la palabra de accesorios deportivos “Nike”. También la proliferación de objetos artesanales con los símbolos patrios denota que los indígenas, los campesinos de las áreas rurales o los artesanos de la ciudad no se encuentran aislados de la influencia política y cultural de carácter nacionalista que promueve el Estado en su ansiado rescate de tradiciones autóctonas13.
La movilidad migratoria intrarregional iniciada en Venezuela en la década de 1950, el reciente flujo internacional y transcontinental de personas, turistas, inmigrantes o exiliados, junto con la masificación informativa de los medios de comunicación, ha permitido la aparición de un nuevo objeto artesanal, el que se hace en la ciudad, es decir, el objeto artesanal urbano. Por otra parte, hoy se ven en nuestros mercados objetos artesanales elaborados en otras regiones del continente latinoamericano, procedentes sobre todo del área andina: de Perú, Ecuador o Colombia. Asimismo, se encuentran con frecuencia objetos que también circulan en comercios europeos, como piezas de la India o las realizadas por la diáspora africana en Francia.
Esa multiplicación de objetos de diferentes procedencias ha democratizado la posesión de artesanías. Ahora no son de uso exclusivo de las clases con poder adquisitivo que en el siglo XIX viajaban como parte de la aventura imperial civilizadora14. Se ha colectivizado el uso decorativo o utilitario del objeto artesanal. En la actualidad, su socialización se encuentra estrechamente vinculada con la proliferación de la publicidad y promoción de objetos en el sistema internacional y masivo de la moda. Se adquieren porque son signos emparentados con la moda. Algunas veces otorgan estatus social o económico; otras, declaran la pertenencia a ciertas tendencias políticas. Así, los valores de función, de ornamento, de diseño del objeto artesanal son cada vez menos fijos y su categorización y definición está muy lejos de ser inmutable. Todo lo contrario, el objeto artesanal hoy es mutable y cambiante. En el momento en que migra a esa zona de contacto que hemos denominado mercado, se hace metáfora.
Pero aunque varíen el diseño, la forma y la función, y circulen en diferentes mercados, y posiblemente sean “fabricados por uno o varios individuos, los productos artesanales (tanto si es un queso, una silla, un instrumento de música, o una talla de madera) son al mismo tiempo, semejantes y diferentes entre sí (al contrario de las piezas fabricadas por máquinas y en cantidades industriales), puesto que están hechos por individuos”15, que generalmente son personas de escasísimos recursos económicos. En áreas rurales, el campesino combina la labor agraria con la artesanal, y esta producción es una alternativa para obtener ingresos adicionales; en las ciudades y en las comunidades indígenas la pobreza y miseria extrema hacen que los artesanos elaboren productos para vender y a veces esa sea la única posible entrada económica que tengan. La actividad artesanal común es realizada por minorías o “subalternos”, por grupos que no tienen acceso, sino muy restringido, al mercado o al poder.
Paradójicamente es ese poder oficial el que define sus identidades y escribe sus historias cuando los selecciona para ingresar en instituciones museísticas o públicas que difunden sus trabajos16.
El objeto abstraído de su función
La posesión de objetos ofrece acceso al mundo de la diferencia […] con frecuencia enaltece el conocimiento, el poder y el enriquecimiento del propietario. Dependiendo de las circunstancias de la adquisición, cada objeto quizás evoca curiosidad, reverencia, temor, admiración, desprecio o una combinación de esas inquietudes.
Ruth Phillips y Christopher Steiner17
En el entorno privado los objetos funcionales, tenidos por modernos y prácticos, dan comodidad a quien los usa y manipula. Por el contrario, los artesanales, culturalmente denominados «tradicionales», por lo común son utilizados en la vida cotidiana con propósitos decorativos. Casi siempre son empleados como ornamento18, igual que el objeto antiguo que tuvo funciones utilitarias. Son adquiridos porque en su materialidad se encuentra la huella o el trazo de su hacedor; constituyen referencias culturales de pueblos y de ciudades ajenos, son representaciones que remiten a una costumbre o a su transformación o que quizá se relacionen con una región geográfica específica. Algunas veces hasta reafirman y enaltecen muy sospechosas ideologías de identidad nacional o peligrosos conceptos de pureza cultural o de raza. A través de ellos los individuos pueden determinarse con base en excluyentes valores de etnicidad.
En la tercera década del siglo XX, bajo la influencia de la escuela de diseño de la Bauhaus, algunos objetos funcionales se transformaron en objetos de arte. A partir de ese momento se les calificó “de diseño”. En ellos predomina la forma sobre la función. Este objeto será el símbolo de lo moderno19. Pero si este tipo de objeto define a quien lo posea como alguien a tono con los tiempos, también la posesión, el uso o el coleccionar objetos artesanales dicen algo de la experiencia moderna. Ésta no sólo implica el disfrute de lo nuevo, sino también el deseo nostálgico por disfrutar y poseer lo hecho a mano, en principio “único”, auténtico de otra cultura. Deseo que no puede satisfacer el objeto producido de manera industrial o el que es manufacturado en zonas urbanas cercanas20. En algunos casos quienes los adquieren repiten los patrones de gusto del arte moderno, buscan valores de autenticidad y originalidad o “errores de diseño” –según Carol Cañizares–. Otros, asumen una postura de explorador arqueológico en la cacería de la singularidad y tratan de encontrar no sólo la huella del hacedor, sino también restos o marcas de uso que les otorgan un carácter único, parecido al que tuvo en la Edad Media la posesión de reliquias, fragmentos del cuerpo de los santos (uñas, pelos, etc.).
Comúnmente se piensa que las piezas artesanales, al ser extraídas de su contexto, pierden el significado inicial que tuvieron en la comunidad indígena o en el área rural. Además, se cree que cuando el objeto artesanal ingresa al circuito económico de las sociedades capitalistas pierde su autenticidad original; o que al convertirse en réplicas alteran valores culturales porque, fundamentalmente, el comprador, usuario o coleccionista las descontextualiza en el momento en que las transporta a otro lugar. Sin embargo, nos atrevemos a sugerir que el desplazamiento es una manera de re-contextualizar el objeto. En ese tránsito transcultural, aunque sea en el propio país, el objeto adquiere otros sentidos. Una mortaja guajira se transforma en cubrecama21; una “cajeta” de cacho que guarda chimó, se convierte en pastillero; las incisiones de una pintadera panare se asocian a sellos tipográficos22; una petaca warao, utensilio chamánico, representa “la geometría perfecta, la forma pura, limpia y armónica […] la estética impecable” 23, y los textiles de Juan Félix Sánchez permiten vincular la habilidad del creador artesanal con las vibraciones retinales de los artistas cinéticos venezolano24.
Re-contextualizar el objeto artesanal es una manera de re-socializarlo. Por ejemplo, quien lo adquiere y lo usa como accesorio –bisutería de conchas marinas elaboradas en la isla de Margarita o pulseras de cuero y plumas hechas por anónimos hippies en Caracas– lo hace parte de su atuendo personal, lo socializa. En el ámbito doméstico –a pesar de ser un espacio de la cotidianidad– constantemente se estetizan objetos. Al formar parte de una colección privada se personalizan, y en los museos se descontextualizan y se convierten en piezas de arte auténticas y originales, legitimando al artesano(a), quien ahora pasa a ser denominado artista popular.
Por lo general, las obras artesanales que ingresan al museo pertenecen a pintores o talladores individuales. Mientras que los artefactos etnográficos, los prehispánicos por ejemplo, continúan exhibiéndose como piezas de carácter científico, de acuerdo con la región donde fueron elaboradas y resaltando sus cualidades de diseño y belleza estética. Asimismo, existen objetos artesanales cuyo creador permanece en el anonimato, pues al formar parte de una determinada zona geográfica o etnia reconocida, ésta prevalece sobre la individualidad; son objetos que quedan por lo común confinados a las tiendas o a las ventas en la carretera. Por último, están los fabricados en la ciudad con materiales de desecho, cosas curiosas que relatan el ingenio popular o sirven a fines pedagógicos, para dictar talleres educativos en los museos. Según Jean Baudrillard, el concepto de coleccionar, escoger y reunir se distingue del de acumular. El nivel inferior es el de la acumulación de materias: amontonamiento de papeles viejos, almacenamiento de alimentos, después acumulación serial de objetos idénticos. La colección por su parte emerge hacia la cultura: tiene como mira objetos diferenciados, que a menudo tienen valor de cambio, que son también objetos de conservación, de tráfico, de ritual social, de exhibición y quizás, incluso de ganancias. Estos objetos están abastecidos de proyectos. Sin dejar de remitir los unos a los otros, incluyen en este juego la exterioridad social, las relaciones humanas25.
Las colecciones de objetos artesanales a veces constituyen bienes simbólicos de tradiciones; otras refieren al estatus social, y la mayoría de las veces satisfacen placeres individuales, de aquí su relación con la personalización: el coleccionista se colecciona a sí mismo. La utilidad social de las colecciones consiste en expandir culturas; pero, asimismo, los objetos o artefactos reunidos siempre funcionan dentro de un sistema capitalista de desarrollo: de producción, distribución y consumo. Para un coleccionista contemporáneo –de arte o de artesanía– lo primordial son las fases de circulación o de tránsito del objeto. Son estos tránsitos los que definen y redefinen los significados de los objetos, los que determinan las formas de re-socialización y re-valoración, y, al final, son también los que establecen o eliminan las fronteras entre ambos: dicen del valor y carácter artístico o artesanal de los objetos. Ese “otro presente” que según Perán Erminy “hay que inventar”26, en realidad se está inventando sin cesar tanto en el mercado local como en el internacional, y lo que entendemos por tradicional, cultural, auténtico, artístico o artesanal ha cambiado en el pasado y cambia constantemente, lo hace en el presente y sin duda lo hará en el futuro.
Arte/sanía: ¿por función, elaboración o uso? (catálogo). Fundación Empresas Polar, Caracas, 2006.